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Quiya

Y el viento susurraba en mis oidos la melodia acompasada del mar

Y el viento susurraba en mis oidos la melodia acompasada del mar

 Se aproxima el fin de semana y con él me doy cuenta de que mi sonrisa ha perdido un poco del brillo con el que llegó. Madrid me entristece y no me cuenta el motivo. Intento disimularlo con las fiestas, con la diversión de la gente, pero al llegar a casa me queda aun más cansancio y menos brillo porque la verdadera felicidad me la traia la brisa de la playa, la luna lunera siempre dispuesta a repartir los besos que la mandaba, la falta de prisa por llegar a los sitios, la quietud del agua de la piscina, los baños a media noche... A Madrid le faltan amaneceres, estrellas, la luna que se olvida muchas noches de salir... y otras tantas cosas, y esta carencia se nota en el ánimo de las personas: cuesta ver un rostro sonriente en el metro, la risa se vende muy cara, y encontrarse a una persona hablando por el movil y llorando empieza a ser demasiado cotidiando... ¿Qué ocurre?

 ...Y al final vas a llevar razón: me acuerdo de ti. Pero porque de tus pendientes aspiro el aroma del mar y de la arena, y alcanzo a saborear la textura de la libertad, y reconozco su silueta escondida detras de mis sueños...

 A Madrid le faltan rincones para dejar la mente en blanco y desconectar de los compromisos, le falta el sonido del mar y una butaca como aquella para humanizarnos con la risa susurrada por el viento. Aqui nos falta horizonte que observar, los edificios lo cubren hasta que realmente no conseguimos encontrarnos a nosotros mismos. Asi de perdios estamos todos, en fin...

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